Usted vuelve monumental algo íntimo
Natalia Gutiérrez sobre la obra de Rosario López
Escultura, dibujo, fotografía e instalación fueron los lenguajes plásticos con los que Rosario López presentó sus disertaciones sobre el majestuoso paisaje del Cabo Raoul en la exposición Variaciones del territorio. A partir de las fotografías en blanco y negro con las que registró el acantilado, desarrolló piezas en varios formatos a través de un proceso de abstracción que le permitió comprender la naturaleza de ese paisaje y traducir en imágenes la experiencia –visual, corporal, espiritual, espacial y emocional– que tuvo con la geología del lugar. Para ella resultó esencial ese enfrentamiento con las formas y las fuerzas no visibles –pero sí perceptibles– del paisaje, también el estado de vulnerabilidad que experimentó mientras recorrió el espacio con una ajenidad que fue desapareciendo de a pocos. Esas vivencias determinaron el momento en que empezó a producir las fotografías que son materia prima posteriormente en su estudio. Su trabajo fotográfico fracturó el paisaje con su cámara para llevarlo al espacio de la galería en imágenes que, como ella lo dice, “potencializan la vitalidad del fragmento”. En definitiva, lo que hizo Rosario fue traducir en términos de línea y superficie las difíciles formas geológicas del acantilado. El montaje en la galería hizo que el espectador tuviera una experiencia de ese paisaje a través de un lenguaje de estructuras y fragmentos.
El dibujo de grandes dimensiones hecho en fieltro es la idea visual escultórica de la superficie del acantilado; aparece como una especie de membrana arrancada de esa montaña erguida a la que Rosario nos enfrenta. La idea estriada y rugosa del territorio se sintetiza en este cuerpo de fieltro hecho de retazos cosidos. También predominó en la muestra la escultura de metal que se montó en el jardín de la galería, que con una altura imponente emergió de forma vertical como una presencia leve sacada del acantilado; esta obra aparece como una corporeidad geológica vaciada de su peso, la línea elevada a su máxima expresión evoca uno de los etéreos dibujos de Giacometti. De igual manera, la pared de dibujos que se instaló en la galería develó las cavilaciones mínimas con las que la artista despedazó el paisaje y lo transformó en imágenes minimalistas y geométricas que –aún en esa condición de aparente fragilidad– expresan la fuerza inabarcable del espacio geográfico del Cabo Raoul.
Su insistencia y disciplina como artista ha hecho que logre sumergirse en la inagotable información que posee un paisaje. Su compenetración con cada lugar es como una conquista mística: con respeto y de manera silenciosa ella habita el territorio hasta camuflarse en él. En medio de su aventura en solitario, Rosario logra registrar imágenes que son esenciales para estudiar las minuciosidades de cada espacio natural al regreso de sus viajes. Su maestría ha ido constituyendo un pensamiento contemporáneo sobre la escultura a partir de la disección del paisaje; con una posición que reta al territorio mismo, se aleja de interpretaciones totales o definitivas; ella explora con lentitud y así se deshace de conclusiones inmediatas.
El sentido vive por su coexistencia con un resto no interpretado; vive si se declara incompleto, haciendo esperar un aumento de sentido, que al lector (y en este caso, al espectador) corresponde proseguir sin pretender por ello agotarlo (…) Aspirar a una comprensión íntegra, es no comprender.
Declaraba el ensayista suizo Starobinski; su enunciado me permite referirme a la manera en que Rosario asume su ser artístico y el uso inteligente que –material y conceptualmente– hace del fragmento como elemento vital de búsqueda de sentido en sus creaciones.
La desmaterialización de una geografía voluptuosa representó para Rosario un enfrentamiento estremecedor con lo esencial, sentirse ahí en medio de esas montañas poderosas pero no infalibles, le hizo reflexionar racional y emocionalmente acerca de la fragilidad de los límites tempo-espaciales que creemos inamovibles. Es una propuesta que se suma al cuerpo de obra de Rosario López y con la que revalida su discurso sobre el paisaje y las geologías de gran complejidad; apuestas anteriores como 359º (2009), White Fence (2008), Insufflare (2007), Abismo (2005) o Trampas de viento (2003) son antecedentes que con la misma integralidad desarrollaron series de obras a partir de su travesía por espacios naturales de diversas latitudes.
Érika Martínez Cuervo
Curadora Galería Lokkus
Natalia Gutiérrez sobre la obra de Rosario López
Escultura, dibujo, fotografía e instalación fueron los lenguajes plásticos con los que Rosario López presentó sus disertaciones sobre el majestuoso paisaje del Cabo Raoul en la exposición Variaciones del territorio. A partir de las fotografías en blanco y negro con las que registró el acantilado, desarrolló piezas en varios formatos a través de un proceso de abstracción que le permitió comprender la naturaleza de ese paisaje y traducir en imágenes la experiencia –visual, corporal, espiritual, espacial y emocional– que tuvo con la geología del lugar. Para ella resultó esencial ese enfrentamiento con las formas y las fuerzas no visibles –pero sí perceptibles– del paisaje, también el estado de vulnerabilidad que experimentó mientras recorrió el espacio con una ajenidad que fue desapareciendo de a pocos. Esas vivencias determinaron el momento en que empezó a producir las fotografías que son materia prima posteriormente en su estudio. Su trabajo fotográfico fracturó el paisaje con su cámara para llevarlo al espacio de la galería en imágenes que, como ella lo dice, “potencializan la vitalidad del fragmento”. En definitiva, lo que hizo Rosario fue traducir en términos de línea y superficie las difíciles formas geológicas del acantilado. El montaje en la galería hizo que el espectador tuviera una experiencia de ese paisaje a través de un lenguaje de estructuras y fragmentos.
El dibujo de grandes dimensiones hecho en fieltro es la idea visual escultórica de la superficie del acantilado; aparece como una especie de membrana arrancada de esa montaña erguida a la que Rosario nos enfrenta. La idea estriada y rugosa del territorio se sintetiza en este cuerpo de fieltro hecho de retazos cosidos. También predominó en la muestra la escultura de metal que se montó en el jardín de la galería, que con una altura imponente emergió de forma vertical como una presencia leve sacada del acantilado; esta obra aparece como una corporeidad geológica vaciada de su peso, la línea elevada a su máxima expresión evoca uno de los etéreos dibujos de Giacometti. De igual manera, la pared de dibujos que se instaló en la galería develó las cavilaciones mínimas con las que la artista despedazó el paisaje y lo transformó en imágenes minimalistas y geométricas que –aún en esa condición de aparente fragilidad– expresan la fuerza inabarcable del espacio geográfico del Cabo Raoul.
Su insistencia y disciplina como artista ha hecho que logre sumergirse en la inagotable información que posee un paisaje. Su compenetración con cada lugar es como una conquista mística: con respeto y de manera silenciosa ella habita el territorio hasta camuflarse en él. En medio de su aventura en solitario, Rosario logra registrar imágenes que son esenciales para estudiar las minuciosidades de cada espacio natural al regreso de sus viajes. Su maestría ha ido constituyendo un pensamiento contemporáneo sobre la escultura a partir de la disección del paisaje; con una posición que reta al territorio mismo, se aleja de interpretaciones totales o definitivas; ella explora con lentitud y así se deshace de conclusiones inmediatas.
El sentido vive por su coexistencia con un resto no interpretado; vive si se declara incompleto, haciendo esperar un aumento de sentido, que al lector (y en este caso, al espectador) corresponde proseguir sin pretender por ello agotarlo (…) Aspirar a una comprensión íntegra, es no comprender.
Declaraba el ensayista suizo Starobinski; su enunciado me permite referirme a la manera en que Rosario asume su ser artístico y el uso inteligente que –material y conceptualmente– hace del fragmento como elemento vital de búsqueda de sentido en sus creaciones.
La desmaterialización de una geografía voluptuosa representó para Rosario un enfrentamiento estremecedor con lo esencial, sentirse ahí en medio de esas montañas poderosas pero no infalibles, le hizo reflexionar racional y emocionalmente acerca de la fragilidad de los límites tempo-espaciales que creemos inamovibles. Es una propuesta que se suma al cuerpo de obra de Rosario López y con la que revalida su discurso sobre el paisaje y las geologías de gran complejidad; apuestas anteriores como 359º (2009), White Fence (2008), Insufflare (2007), Abismo (2005) o Trampas de viento (2003) son antecedentes que con la misma integralidad desarrollaron series de obras a partir de su travesía por espacios naturales de diversas latitudes.
Érika Martínez Cuervo
Curadora Galería Lokkus