Conversación con Rosario López y sus alumnos, Rafael Duarte-Uriza, Luisa Giraldo, Pedro Jiménez, Jazmín Rojas y Valeria Sepúlveda, y con el investigador y filósofo neozelandés invitado Stephen Zepke.
Por: Punto de Fuga
P.D.F: Rosario, a finales de agosto de 2017 abriste las puertas de tu estudio Manzana K con una exposición que llamaste La tierra importa. En esa exposición, tú y tus estudiantes empezaron a trabajar a partir de una serie de fotografías en blanco y negro que hiciste en tu recorrido por el territorio australiano. ¡Esas fotografías son muy impresionantes!, parece que la naturaleza hubiera vuelto a reclamar su derecho, en virtud de la presencia que tiene, imponente en medio de ese paisaje montañoso visto desde la cima de la isla de Tasmania. La distancia entre el mar y la cima es abismal… Esa serie de fotografías la hiciste en las profundidades del Cabo Raoul, un acantilado australiano de muy difícil acceso. Con esas imágenes dabas por terminado tu recorrido por la zona sur del continente que te llevó a la isla de Tasmania. ¿Qué es lo que te impulsó a querer registrar esas formaciones geológicas tan abruptas en blanco y negro?
Rosario López: Quería fotografiar los paisajes que aún en la actualidad son importantes en la vida cultural y política de los aborígenes de ese continente. Escogí Cabo Raoul, un lugar geográfico en la isla de Tasmania, uno de los puntos de llegada de los europeos. Todo esto le daba un inquietante final a mi estadía de un año, período durante el cual fui profesora e investigadora del Centro de Investigación Creativa de la Universidad de Canberra.
Mi intención de trabajar estas fotografías en blanco y negro está emparentada con los primeros expedicionarios, quienes, en el siglo XIX, llegaron a tierras inexploradas portando engorrosos equipos fotográficos; estas primeras imágenes, que fueron llevadas de vuelta a Europa y en muchos casos utilizadas como documentación científica y geográfica, pusieron en evidencia la majestuosidad de ese paisaje.
El formato en blanco y negro me permitió analizar en detalle cada uno de los elementos capturados en la imagen fotográfica, ver cosas que en la inmediatez de mi visita no había podido testificar. Cuando regresé a mi estudio en Bogotá observé detenidamente estos documentos y entendí las estructuras internas que el paisaje escondía. Después de un ejercicio de abstracción construí una serie de piezas escultóricas.
P.D.F: Al referirse a esa formación geológica, el filósofo Stephen Zepke, con quien tuviste un diálogo muy fecundo sobre el tema, habla de la posibilidad de transformar esa experiencia del territorio, fotografiándolo. Me gustaría traer ese comentario:
Es probable que los australianos sean los únicos capaces de reírse de su propio relieve, esa “cosa” que emerge de la tierra, de repente, como una roca con la que uno se tropieza. El shock que provoca el encuentro con la forma geográfica puede ser mediado a través de la representación; ese “algo” puede ser fotografiado, guardado y desplegado luego en Bogotá por Rosario López. Puede ser transportado, transmitido, trasladado de un lugar del mundo a otro y en el camino… en el camino esa “cosa” se convierte en algo diferente. La realidad es así. Puede convertirse en una línea, en una forma, en un símbolo o en cualquier otra idea abstracta; puede incluso convertirse en un sentimiento extraño, la muerte acariciando tu cara mientras pasa. O simplemente puede volverse un arte”…
Y preguntarte: ¿Cómo has conseguido lidiar con la inmensidad de ese territorio? ¿Qué negociación estableciste como artista con ese paisaje tan imponente? ¿Cuáles fueron los límites a los que se enfrentaba tu trabajo fotográfico?
Rosario López: Como artista visual, mi posición frente al paisaje proviene del romanticismo del siglo XIX, del hombre que contemplaba y se maravillaba al sentir las fuerzas ocultas que esconde la naturaleza: el viento, la gravedad, la luz están en el paisaje permanentemente y son una preocupación temática en las obras de arte a lo largo de la historia.
He aprovechado estos elementos de muchas maneras: me asombré con la sutileza del viento que empujaba los objetos que dispuse en el paisaje en mi proyecto Trampas de viento del 2003; estudié las diferentes estrategias de pequeños grupos humanos para utilizar las condiciones atmosféricas y elegir su lugar de asentamiento en el proyecto Abismo del 2005; también me preocupé por la rápida transformación del paisaje, por su desecación y evaporación en 359° y en White Fence, obras hechas en el 2008, y en muchos otros proyectos que he emprendido durante estos últimos años.
Mi aproximación a Cabo Raoul fue elegida porque me interesaba hablar del límite y la frontera como lugares vulnerables al ser modificados, bien sea por acuerdos o desacuerdos políticos, o por la sencilla demarcación de la geografía que la naturaleza va esculpiendo. Un acantilado es un ejemplo maravilloso de borde territorial. Propone un lugar espacial que físicamente indica una transformación, una deriva, un cambio de un estado sólido a un estado líquido, una superficie vertical, monumental, que se interpone al expansivo e interminable horizonte.
El trabajo fotográfico me planteó otro tipo de límite: un límite desde lo formal para establecer nuevos puntos de referencia en el paisaje. Es otro tipo de cartografía que me permitió imaginar ciertas fronteras para demarcar ese nuevo territorio. Todo el espacio natural quedó enmarcado en el documento fotográfico, a modo de imagen, una imagen propia que desde su monumentalidad me ayudó a transmitir mi propia experiencia en el paisaje. Pero claramente este recurso no es suficiente para mí.
P.D.F: Es cierto eso. La experiencia del paisaje va más allá del arte. Debe ser difícil transmitir esa fuerza que se siente al estar frente al límite geográfico de un continente. Al ver con más detenimiento tus fotografías, no parece que estuviéramos frente a una serie de documentos topográficos únicamente. Hay algo más que la búsqueda de un lenguaje puramente documental en ese trabajo fotográfico que inspiró gran parte tu obra. En tus fotografías da Cabo Raoul no hay color, pero sí hay formas. Hay formas rocosas, esas “cosas” de las que habla Zepke, que parecen haber salido de su propia realidad para convertirse en relieves abstractos, expresiones más depuradas de la piedra con la que te encontraste. Hablando de la abstracción del paisaje decías que Robert Morris había influenciado mucho tu trabajo. ¿También te abrió el camino hacia esa forma de abstracción fotográfica?
Rosario López: Me preguntan si soy fotógrafo o artista plástica. Soy escultora en realidad. Utilizo el recurso fotográfico como herramienta para entender y depurar toda la información que aparece en el paisaje. Este primer insumo lo decanto en un ejercicio puramente formal, a través de la experimentación con cierto tipo de materiales, hasta lograr la abstracción de las formas.
Robert Morris y Carlos Rojas han sido fundamentales en el desarrollo de mi obra. Morris experimentó con materiales como el fieltro, tentando la fuerza de gravedad y transformando un patrón asignado a un medio que se transforma por la inversión de los ejes horizontal-vertical; un ejercicio maravilloso de observación atenta. La influencia de Carlos Rojas es más cercana a mi posición como artista, en tanto su trabajo pictórico consolidó la observación del paisaje y la depuración en formas geométricas construidas a partir de líneas, de planos horizontales y verticales.
P.D.F: El trabajo escultórico surgió de esas primeras imágenes. Quisiera hablar de la noción de materia, de cómo se aproximaron a ella viendo esas fotografías abstractas. Cuando hablaste de ese trabajo escultural que expusiste con tus estudiantes, decías que se trataba de un esfuerzo formal por moldear un cuerpo geográfico. Esa aproximación a la materia traduce una postura crítica, una sensibilidad artística con respecto al mundo natural. Todo parte de una reflexión más profunda sobre el tema del paisaje y de una inquietud muy tuya sobre la fragilidad de la materia y su posibilidad de transformarse en algo más…; en una escultura, por ejemplo. ¿Cómo fue ese trabajo de depuración de la forma?
Rosario López: Hace muchos años el maestro Gustavo Zalamea me preguntó si mi trabajo podría leerse como un asunto político. Pienso que sí. Mi investigación siempre ha estado orientada por la necesidad de movilización, por el deseo de ampliar los límites del conocimiento y de transmitir la experiencia del paisaje a un público más amplio. No desde la literalidad de las imágenes, sino desde la pura experiencia sensorial. Siento que lo escultórico hace esto posible a través de la experimentación con los materiales y la traducción de las formas en un elemento poético.
Cuando me preguntan sobre de la depuración de la forma, lo pienso en mi extraña necesidad de intentar que los objetos pierdan su peso y aun así mantengan una cierta presencia física en el espacio de la exposición. Me interesa el límite sutil entre la forma y su desaparición. Por esta misma razón, pongo especial atención en la selección de los materiales. La levedad, el carácter efímero y la poca consistencia siguen guiando mi exploración y la búsqueda de materiales que me permitan expresar estas ideas en la obra de arte.
P.D.F: La fotografía fue solo un inicio, un primer paso hacia el estudio de la forma. Como docente de la facultad de Artes de la Universidad Nacional, invitaste a una serie de estudiantes a integrar un grupo de investigación sobre la posibilidad de trabajar con la arcilla, de esculpir esa materia viva. Querías explorar con ellos los conceptos del borde y frontera, pensándolos “como entes orgánicos que oscilan entre la quietud y la firmeza, la movilidad y la incertidumbre”. ¿Cuál era esa incertidumbre de la que hablas? ¿Hasta qué punto ese trabajo abría las posibilidades de la deriva?
Rosario López: Viví una experiencia única con un pequeño grupo de estudiantes de la Escuela de Artes Plásticas. Jóvenes que fueron convocados a trabajar en compañía mía, en mi taller, bajo el cuidado atento de la docencia. Fue un proyecto generoso de investigación-creación que borró temporalmente lo límites de las aulas. A lo largo de un año desarrollamos la investigación llamada La tierra importa, patrocinada en su primera etapa por la Universidad Nacional de Colombia y, posteriormente, por el Ministerio de Cultura de Colombia y el Fondo Regional de las Artes Contemporáneas del País del Loira, en Francia.
Los estudiantes asistieron a mi taller en Bogotá durante seis meses. En ese tiempo logramos compilar un cuerpo de trabajo desde lo particular, respondiendo a distintos insumos referenciales como las fotografías del Cabo Raoul. Utilizamos materiales tradicionales como la arcilla, el yeso y el fieltro para el ejercicio escultórico. Materiales que fueron forzados para encontrar la depuración de la forma, alcanzando en ciertas ocasiones su pérdida de materialidad y hasta su fractura. Me interesó en esta ocasión permitirles a los jóvenes artistas experimentar y plantear desde sus propias inquietudes una respuesta a mis fotografías. Siempre estuve acompañándolos y sugiriéndoles algunas rutas de la práctica escultórica que ellos, con su propia sensibilidad, pudieron incorporar en su trabajo.
La deriva funcionó como una experiencia única en el espacio de trabajo: el taller se convirtió en una plataforma de reunión, de compromiso y de búsqueda permanente, no ligada a los compromisos académicos, sino más bien animada por el hecho de trabajar como artistas profesionales, en una práctica real y con un objetivo claro por alcanzar.
P.D.F: En la exposición había una serie de dibujos, de esculturas, de tapices y de piezas geométricas recortadas. ¿Qué traducen esas obras?
Rosario López: A lo largo de la exposición presentada en el Estudio Manzana K, pudimos reunir las esculturas en cerámica desarrolladas en Bogotá. Estas obras fueron quemadas en Villa de Leyva, en el taller del artesano Alberto Llanos, por medio de una técnica tradicional para hornear la cerámica. Además de la cerámica, los muchachos trabajaron también el yeso, jugando con los espacios negativos que se podían rescatar del volumen. Yo utilicé el fieltro y continué recreando la geometría que se ablanda y se transforma por definición del material.
Rafael Duarte-Uriza: En mi caso todo fue pulsión. Miraba la foto, me dejaba ir por las formas y, entre ellas, encontraba el ritmo de esos espacios, luego dejaba salir esa pulsión sobre la arcilla. Observaba su textura para encontrar el ritmo allí impreso y, a partir de ese ritmo, dejaba salir las líneas de mi dibujo.
P.D.F: El trabajo de la materia también es una respuesta a esas fotografías, una forma de restablecer una relación física con la tierra, con la roca. ¿Con qué materia trabajaron tú y tus estudiantes?
Rafael Duarte-Uriza: Con la arcilla hice placas a modo de una piel, sobre la cual quedaron las huellas de mis manos y de los objetos con los que imprimí y creé texturas.
Rosario López: Al inicio de la experimentación todos empezamos a realizar dibujos en diferentes formatos y soportes. De allí cada uno derivó en los materiales que mencionábamos anteriormente. La arcilla como elemento maleable y rico plásticamente fue la que aportó una mayor expresividad a las intuiciones de los jóvenes creadores.
P.D.F.: ¿Qué traducía ese trabajo escultórico de la experiencia fotográfica?
Valeria Sepúlveda: Para mi significó una labor de construir una estructura a partir de un lugar específico y desconocido. Hay alguien que cuenta algunos detalles del lugar: el vértigo, lo lejano, el misterio de su configuración orgánica. Aun así, se escapan cosas, como el olor, el sonido, la temperatura del aire, del suelo o del mar. Con unas cuantas pistas, tomé decisiones y comencé a construir.
Pensé en cómo llevar el paisaje a una pieza, en cuál sería la manera de interpretar un gran precipicio de roca para aplicarlo a un material. Cada uno de nosotros en nuestro interior hizo las interpretaciones y comenzó a laborar. Yeso, arcilla, alambre, fieltro, grafito y otros, fueron los elementos que aparecieron en el taller. Cada uno a su ritmo se convirtió en constructor de nuevos paisajes. Unos encontramos métodos similares que se hibridaron; otros permanecieron solitarios en su trabajo creativo. Después de un tiempo y a través de la repetición de un sistema hallado por la experimentación, apareció frente a nuestros ojos, entonces, la montaña.
Rafael Duarte-Uriza: Para mí siempre estuvo presente el cómo aproximarme a ese lugar desde una fotografía. No tenía a la mano los estímulos directos de la experiencia en el sitio: temperatura, color, olor, ni nada que me diera pistas de lo que implica para el cuerpo el estar allí. Entonces decidí dejarme llevar por las formas y el ritmo impreso en ellas. Simplemente me dediqué a la observación.
Luisa Giraldo: Las fotografías fueron un territorio que me animó a conquistar la línea que se esfuerza por erguirse verticalmente; el esfuerzo que caracteriza al horizonte que se vuelve diagonal en la montaña y línea en el abismo. Una conquista de territorio que me introdujo a su propio ritmo, a una convivencia entre ese cuerpo y el mío. ¿Podría ser línea? ¿Podría ser lava ardiendo? ¿Podría ser capa de tiempos en el vacío?
P.D.F.: En algunas obras se trataba de adherir materia para encontrar formas, en otras, el trabajo consistía en substraer materia para encontrar algo de esas formas que la erosión, el viento y las mareas habían conseguido esculpir sobre el acantilado australiano. ¿Este trabajo es topográfico, escultórico, plástico? ¿Cómo lo definirían ustedes?
Rafael Duarte-Uriza: Es un trabajo escultórico y topográfico. Es mi cuerpo entregado a un hacer y en ese hacer lo observo, indago en esa experiencia; entonces ya no es la foto ni lo que yo tomo de ella como insumo para trabajar con la arcilla; es ahora mi cuerpo, en Bogotá, en el taller. Con la temperatura, los sonidos, los olores del espacio en el que permanezco mientras trabajo en la escultura.
Pedro Jiménez: Este proyecto fue para mí un análisis acerca del lugar geográfico y cómo el territorio se construye a partir de dinámicas de fuerza. Sus habitantes son cuerpos que establecen relaciones de poder. Las fuerzas geológicas se expresan también en los territorios, y tienen la capacidad de modificarlos, de transformarlos. Los límites y las fronteras podrían tener características como la permeabilidad o la rigidez. Son fijos, en muchos casos y, por diversas razones, pueden desplazarse. En ellos se instauran puertas para el paso. También es posible que esos límites se borren y se vuelvan difusos por las mismas fuerzas naturales, o por las fuerzas humanas que pretenden ampliar fronteras de poder.
Hay territorios, para el ser humano, más accesibles que otros. Sus mismas dinámicas de conquista o de explotación de recursos, por las tecnologías recientes, les permiten devastar la materia viva de muchos de ellos. La naturaleza forma la materia a partir de las fuerzas de sus fenómenos internos. Los accidentes geológicos son el resultado de procesos muy complejos en los que intervienen muchos agentes.
P.D.F.: En uno de sus textos, Jazmín Rojas habla de la resistencia de la materia. Dice:
Me aproximo a este lugar desde la comprensión de lógicas naturales, fenómenos geológicos, fuerzas que me sobrepasan y pertenecen a un tiempo diferente que puedo concebir. Este impulso se convierte en una actitud, al igual que el agua golpea en la roca, para hacerse espacio, para hacerse forma, para hacerse vacío. Me transformo en el aliento del agua que golpea, me convierto en la aparición de un esfuerzo, de una resistencia.
Me pregunto qué posibilidades tuvieron de trabajar con el vacío, con el vértigo y con la ausencia de la materia para conseguir dialogar con ese territorio que solo Rosario pudo ver de cerca.
Rafael Duarte-Uriza: Es un ejercicio de traducción de una sensación captada en una fotografía. Es reconocer ese vacío, ese abismo de lo que no está o, en este caso, en el que yo no estoy, ni estuve, para poder reconocer lo que queda. A partir de ahí buscar lo que puede llegar a ser ese lugar en mí, desde la potencia del estímulo visual detonado por la fotografía. Entonces, es lanzarme al vacío y en medio del vértigo de la caída enfrentarme a la materia desde la pulsión que reconocí en mí, al ser observador de esas imágenes, de esos momentos congelados por Rosario.
P.D.F.: El maestro Alberto Llanos, con el que trabajaron esas formas en arcilla en Villa de Leyva, les transmitió parte de su experiencia trabajando con arcilla quemada. Su obra empezó con fotografías en blanco y negro y parecía concluir con la quema de las esculturas. ¿Qué significaba para ustedes como artistas ese proceso de la quema de la tierra?
Rafael Durate-Uriza: El fuego es quien da la posibilidad al barro de convertirse en otra cosa, de otorgarle un estado diferente de fragilidad. La técnica aprendida en Villa de Leyva me invita a pensar en la manera en que algunas acciones, lentamente, van marcando la materia. En el proceso de combustión el color negro impregna la pieza, crea una nueva piel y la hace parecer otra cosa y, aunque su esencia es la misma, sigue siendo cerámica; ahora parece carbón, ha cambiado su carácter.
P.D.F.: En la exposición había fotografías, dibujos en lápiz sobre papel, esculturas y telares. Me impresionaron algunas de esas piezas de Rosario colgadas del techo, hechas a partir de fragmentos de tela negra. Las geometrías en dos dimensiones hechas a partir de trazos sobre esa tela rugosa parecían como siluetas extraídas de la piedra, abstracciones y memorias geométricas de ese relieve que va volviéndose más frágil conforme uno se acerca a mirarlo. ¿Qué relación tienen esas piezas con la fotografía y con la escultura? ¿Existe alguna memoria geográfica en ese trabajo?
Rosario López: Es interesante que lo menciones, porque en este punto siento que mi trabajo se está acercando a esa necesidad de encontrar la abstracción por pura depuración de las formas, hasta encontrar una línea que defina el volumen. Es casi como una disección de la geografía que aparece en el paisaje y un esfuerzo por convertir el paisaje en líneas que servirán más adelante como soportes estructurales de mis objetos escultóricos. Pienso que todo este proceso se resume en un ejercicio, el del dibujo; es algo que bien puede ser pensado desde la observación hasta llegar a la abstracción más sintética posible.
El dibujo que construyo tridimensionalmente está elaborado a partir de unos materiales que en la historia de la escultura fueron fundamentales, y cuyo uso y empleo es significativo hoy en día. Por eso mismo la dificultad de enunciarlo como dibujo o como escultura. Para mí es el resultado de una abstracción que realizo luego de esta experiencia en el paisaje.
P.D.F.: ¿Cuál ha sido esa experiencia de la elasticidad del paisaje? ¿Qué posibilidades de creación ha generado en cada uno de sus proyectos?
Rosario López: Es interesante pensar que el paisaje pueda ser elástico si concibes sus límites como un contorno poco rígido y maleable. Eso me gusta, me interesa. La manera en que puedo traducir esas fuerzas naturales que habitan en el paisaje como elásticas, fuerzas de las que no tenemos control alguno… Nos adaptamos y proponemos estructuras racionales que controlen los impulsos de la naturaleza; vemos cómo sacar provecho de ellos. Al final siento que es una gran negociación entre las partes.
Lo mismo ocurre en la construcción de los objetos escultóricos. Para mí, primero aparece el material, que es como esa gran fuerza indómita que debo conocer y aprender a manejar; luego establezco los límites, los bordes, las fronteras del contenedor que me permitirán manipular ese material hasta alcanzar una forma deseada. Al final depende mucho del azar y de las fuerzas que aparezcan en el contexto y que afecten la escultura dispuesta en este lugar. El destino de los objetos, en este punto, deja de ser de mi propiedad. Se hace más próximo al territorio de lo sutil y lo poético para desvanecerse en una sensación que solo el público podrá experimentar.
P.D.F: En este punto, quisiera hacerle un par de preguntas a Stephen Zepke. Stephen, la última vez que Rosario habló de su trabajo, lo hizo durante el lanzamiento de su exposición La tierra importa. La exposición reunía una serie de instalaciones con fotografías, esculturas, dibujos y telas con trazos de relieves. Durante ese encuentro, Rosario contó su experiencia con el paisaje australiano, especialmente esa sensación de límite que tuvo al visitar el Cabo Raoul, en la isla de Tasmania. Lo que dijo sobre el paisaje, me recordó su comentario sobre gran parte de la obra paisajística de Rosario. Usted hablaba de las fuerzas invisibles del paisaje en Abismo, Insufflare y White Fence, tres instalaciones hechas a partir de la experiencia de tres geografías distintas: Playa Trébol en el Perú, Marnay en Francia y los glaciares del Perito Moreno en Argentina. El ensayo sobre la cartografía artística de las sensaciones me recordaba a esas fuerzas invisibles que transmite el acantilado del Cabo Raoul fotografiado en blanco y negro. ¿Usted cree que el artista es capaz de transmitir su experiencia del paisaje a través de su obra? ¿De qué experiencia se trata? ¿Cómo definirla?
Stephen Zepke: Mi experiencia acerca del trabajo de Rosario me dice que siempre usa los mismos elementos en su obra: las fotografías como un paisaje impreso, los objetos o la instalación como materia que surge a partir de ese paisaje y el trabajo sobre papel. En La tierra importa hubo un elemento crucial de colaboración con algunos de sus estudiantes que dio como resultado la creación de piezas en cerámica. El trabajo de Rosario parece empezar con esa primera confrontación de la fotografía con la naturaleza y luego se da la transformación, hecha a partir de una serie de reflexiones, de afinamientos y de esfuerzos por volver a la materia, a través del uso de diversos materiales. La pregunta es más bien, ¿cuál es la naturaleza de esas reflexiones?
El trabajo de Rosario contiene las mismas fuerzas que habitan y forjan el paisaje natural, fuerzas que ella sintió al documentar ese paisaje. De hecho, aunque parezcan relieves de una gran belleza, esas fotografías podrían ser vistas únicamente como documentos que evidencian la presencia de Rosario en Cabo Raoul. El trabajo en cerámica, los dibujos, la tela con los trazos en relieve y el trabajo sobre metal pueden ser vistos como una elaboración de esa primera experiencia. Dicho de otro modo, la experiencia de Rosario vivió un proceso de abstracción, el relieve se convirtió en líneas y esas líneas ya no representan el paisaje como tal, pero sí registran las fuerzas geológicas a través de distintos materiales que le abren la posibilidad de tener otras sensaciones, otras experiencias.
En mi ensayo entendí ese proceso como la expresión de fuerzas que pudieron haber constituido el paisaje y que aparecen en una forma más análoga en este trabajo. En ese sentido, el trabajo de Rosario produjo una serie de paisajes abstractos que contienen las mismas fuerzas que forjaron esos paisajes originales, paisajes que ella fotografió. La obra contiene formas análogas y expresivas de ese mismo paisaje que traducen esas fuerzas sobre diversos materiales, dando nuevos resultados. Esta es una interpretación de la idea de arte como algo no representativo. Una forma de entender el arte que reemplaza la teoría aristotélica del modelo hilemórfico que impone una forma de ser sobre la materia y la sustituye con otra idea del arte como algo que produce una sensación estética que expresa esa fuerza contenida en la materia. Esta es una idea del arte que ha ido surgiendo con obras como las de Cezanne, quien buscó explícitamente capturar las fuerzas del monte Sainte-Victoire o quizás, más humildemente, mostrar la fuerza que emana de una manzana. El concepto de la expresión análoga en el arte es fundamental para Gilles Deleuze.
Pero hay otra forma de aproximarse al trabajo de Rosario y que ahora veo con más claridad a través de esa obra, La tierra importa. Esta otra aproximación se enfoca más en lo que esa otra interpretación ignoraba o daba por hecho, y es el estatus de la fotografía y su relación con el proceso de reflexión que generó. El fotógrafo es el testigo del paisaje que representa, un paisaje ausente al que hay que regresar de cierto modo. La ausencia de ese paisaje que la fotografía revela y oculta al mismo tiempo es lo que hace posible esa reflexión artística del regreso a la materia. La fotografía es como una serie musical –un réquiem quizás– que representa la fuerza del paisaje, pero únicamente cuando se entonan las notas que hacían falta. En este caso, el trabajo de Rosario sería más bien una metáfora y no una analogía del paisaje. Todas esas piezas negras y esos dibujos hablarían inevitablemente de una cierta forma de desaparición o de muerte. Cabo Raoul resurge como paisaje a través del arte, cuando la experiencia física de la geografía se ha ido…
P.D.F: En ese ensayo sobre la Cartografía artística de la sensación, usted decía que había un elemento fundamental en el trabajo de Rosario, uno que permitía ver el caos en la naturaleza, ese desorden sublime y esa fuerza contenidas en el paisaje que emerge de forma ambigua a través del arte. ¿Qué es lo que Gilles Deleuze y Felix Guattari podrían decir acerca del arte y la naturaleza si tuvieran que confrontarse a esa exposición La tierra importa? ¿Qué se siente al tener esa experiencia del paisaje australiano a través de los ojos de alguien más?
Stephen Zepke: El ensayo sobre la Cartografía artística de la sensación ha servido para traducir la reacción de Gilles Deleuze ante la obra de Rosario. He intentado ser el ventrílocuo del filósofo, imaginándome lo que hubiera podido pensar si viera esta obra. Esa noción del arte como expresión análoga de las fuerzas naturales es uno de sus más importantes aportes. Guattari tiene una forma distinta de abordar este tema, pero su pensamiento es compatible con el de Deleuze. Lo más interesante es que al ver las fotografías de Rosario sobre el Cabo Raoul he cambiado de forma de pensar y de reaccionar ante su obra. Años después de haber escrito ese ensayo pude ver las fotografías. Nunca había visitado Tasmania durante los años en los que estuve viviendo en ese país. No tuve una experiencia personal de ese paisaje. Lo más curioso es que, al ver esas fotografías, no pienso del todo en Australia. Esas fotografías me recuerdan otros paisajes que conocí cuando estuve visitando los Svartifoss, formaciones de basalto en la ciudad de Vík, en Islandia. De hecho, esas formaciones rocosas son muy atípicas en el paisaje australiano y son quizás las únicas formaciones de ese tipo que hay en el hemisferio sur. Si esas montañas expresan algo del paisaje australiano, lo hacen como figuras externas o como ajenas a ese continente.
Las fotografías de Rosario son como un agujero en el tiempo y el espacio a través del cual las imágenes se conectan con los sentimientos apelando a la memoria y a la imaginación. No es como si la memoria, la imaginación y la metáfora carecieran de fuerza. Pero en esas fotografías, la fuerza se ha canalizado a través de procesos cognitivos de reconocimiento y de comparación con vivencias personales que tienden a ser idealizadas. La experiencia no tiene que ver con la materia, se da a través de la representación y no de la analogía, se conoce a través del discurso y no de la abstracción.
Una manera muy simple de hacer la diferencia entre esas dos formas de experiencia del paisaje es pensar cómo esas formaciones rocosas me recuerdan otros lugares en vez de hacerme sentir la expresión singular de su fuerza. En otras palabras, la fotografía transforma el lugar en un símbolo, en una representación de un lugar que podemos conectar de forma ilimitada con otras imágenes, con otros sitios, ya sean metáforas, espacios imaginados o espacios reales. En ese sentido, las fotografías de Rosario son más personales para quien las ve, porque interpelan a la subjetividad de cada uno, a la experiencia de cada uno. Pero también son imágenes que pierden su especificidad al volverse las representaciones de una infinidad de lugares y de símbolos, perdiendo la capacidad de contener las fuerzas del lugar que representan.
Una de las razones por las cuales la fotografía funciona de esa manera es porque la imagen puede distanciarse de su contenido original. Las imágenes del Cabo Raoul son la presencia de una ausencia. Esa contradicción es la que genera la consciencia de un lugar y abre las puertas al viaje cognitivo que nos permite establecer relaciones con nuestra memoria y nos conduce hacia un ideal posible. De cierto modo, esas dos lecturas de la obra de Rosario hablan de ese permanente conflicto que ha surgido en la teoría del arte desde la aparición del arte conceptual en los años 60.
Si hoy el arte es posconceptual debemos entender que las fuerzas que generan una sensación estética generan fricciones con los procesos conceptuales que hoy practican muchos artistas conceptuales. En otras palabras, no se trata de elegir una práctica por encima de otra, sino de explorar las formas de crear puentes entre esas dos formas de hacer interactuar estas expresiones artísticas y estos lenguajes estéticos. Creo que el arte puede contribuir considerablemente a entender el futuro que nos depara.
P.D.F: Rosario, siento que la experiencia del paisaje se ha intensificado con la exposición La tierra importa. El diálogo fecundo con el mundo natural no termina ahí. Estuviste recientemente en Carquefou, en Francia, un pequeño pueblo cerca de la ciudad de Nantes, montando una exposición colectiva llamada The Way Things Fall curada por Alejandro Martín Maldonado. Durante ese período viajaste a la región francesa de Bretaña a ese otro “fin del mundo” situado en el extremo occidental del Atlántico. La instalación que surgió de ese viaje le pone punto final a un período de tu vida artística, a una serie de obras que has estado haciendo sobre el paisaje. ¿Cuál fue tu experiencia sobre ese otro límite geográfico? ¿Qué es lo que esta instalación da por terminado realmente?
Rosario López: Me interesa mucho moverme y conocer locaciones con las que siento cierta afinidad, curiosidad y, al mismo tiempo, extrañeza. La zona geográfica de Finisterre es el punto más oriental del territorio francés, es un borde geográfico que al igual que Cabo Raoul presenta un acantilado insistentemente golpeado por el mar. Me sorprendieron los fuertes vientos que, de extremo a extremo, lo cruzan y nos obligaban a caminar con mucho cuidado.
Mi participación en la exposición The Way Things Fall, organizada por el Fondo Regional de las Artes Contemporáneas del País del Loira, fue una reflexión en torno al modo como se percibe la caída desde un lugar geográfico, interpretándola por medio de la escultura y proyectándola existencialmente. A partir de la transcripción de las estructuras que trabajé en las obras del Cabo Raoul, haciendo uso de materiales blandos y orgánicos, creé una instalación escultórica por donde el espectador podía transitar y sentirse acogido. En esta obra el límite fue construido con una estructura y una membrana creada artificialmente y, por el tipo de espacio, no pude utilizar cualquier tipo de soporte tradicional. Lo resolví con una inversión de los ejes que le daba al espectador una sensación de fragilidad y suspenso a la que tenía que enfrentarse.
Con esta instalación cierro la investigación La tierra importa, en tanto todo este trayecto presenta un conjunto de objetos escultóricos que desde su materialidad hablan de lo mismo: un territorio, unos límites y un cuerpo que se siente afectado por esta relación.
P.D.F: Si te pregunto esto es porque en la anterior exposición, Luisa Giraldo hablaba de la conquista simbólica del territorio a través del arte. Quiero traer ese comentario para terminar: “Conquista de territorio que me introduce a su propio ritmo, convivencia entre ese cuerpo y el mío. ¿Podría ser línea? ¿Podría ser viento ardiendo? ¿Podría ser capa de tiempos en el vacío?” Y preguntarte: ¿en qué momento hay una convivencia entre un cuerpo y otro? ¿Cómo determinar las fronteras de lo que te une o te distancia de esas topografías, de esas geografías?
Rosario López: El proyecto planteó desde el principio la pregunta de cómo determinar esa línea que denominamos frontera: una línea orgánica que se expande y se contrae por los diferentes elementos que la afectan. En ciertos casos, esa línea está definida por la geografía, en otros, por la política, pero lo que me interesa en mi trabajo artístico es la línea como límite sensorial.
De toda esta experiencia, rescato el reconocimiento de mi propio cuerpo como un territorio moldeable que se ve afectado por los diferentes contextos a los que yo lo expongo. Lo mismo sucedió con los objetos escultóricos que construí en el proyecto de Francia: previamente se les había asignado un lugar con unos límites y una materialidad y fueron creadas, presentadas, afectadas, por los límites del museo que las acogió. Las fotografías que presenté funcionaron a modo de objetos documentales de mi experiencia en el paisaje: un guiño, una invitación en blanco y negro, que seduce y contamina la mirada del espectador, lo arroja a un espacio más allá del límite del marco y le plantea una nueva experiencia sensorial.
P.D.F.: Antes de terminar, me gustaría hablar del recorrido de tu obra por las galerías de Colombia. En 2015, la galería SN Macarena acogía la exposición titulada Un lugar extraño. En esa exposición, la primera después de ese período en Australia, te preguntabas cómo las fotografías del paisaje australiano, los estudios preliminares de las figuras en fieltro y las esculturas en cerámica negra inspiradas en el monolito de Ayers Rock podrían habitar el espacio de la galería y recrear un territorio hecho de trazos, de líneas y de formas. ¿Cuál fue el resultado de ese primer trabajo de exposición? ¿Qué te dejó el diálogo con el curador Nicolás Gómez Echeverri sobre el vacío y sobre el trabajo de la forma en un espacio de exposición?
Rosario López: Después de dos años de trabajo silencioso fui invitada por la galería SN Macarena para poner en escena lo que durante ese tiempo estaba cocinando. La exposición Un lugar extraño tiene como referencia el Parque Nacional Uluru y Kata-Juta del desierto central australiano. A partir de narraciones orales, a modo de pequeños extractos documentales, lo aborígenes relatan la inmensidad y trascendencia de este monolito. Ulurú, en sus propias palabras, “está ahí para ser vivenciado”.
Esta experiencia me enseñó el valor de lo que no se puede hablar: me anima expresar, por medio de la fotografía, un lugar sin develarlo; recorrer el borde de una forma sin descubrir su contenido; hablar de la desaparición de la imagen para crear un nuevo y desconocido territorio. Un delicado ejercicio de abstracción del paisaje que me condujo a recrear esa imponente masa de tierra atesorada en mi memoria visual; un territorio vacío presente en este lugar australiano.
La muestra de la exposición y del proyecto no se redujo a fotografías. Exploré con objetos escultóricos y dibujos que dispuse en el espacio de la galería. Con Nicolás trabajamos muy de cerca la idea del paisaje, y cómo encontrar, a partir de un ejercicio de depuración, un lenguaje particular.
P.D.F.: Después de esa segunda experiencia con los estudiantes de la Universidad Nacional en el estudio Manzana K en Bogotá, el proceso creativo se termina con una exposición en la Galería Lokkus en Medellín. Durante esos tres años, la obra se ha ido encaminando hacia un estudio minucioso de las formas y un trabajo más depurado de las líneas. ¿Cuál va a ser el enfoque de esa última exposición? ¿De qué manera esas formas geométricas van a interactuar con el espacio vacío? ¿Después de todo este proceso de elaboración artística sientes que finalmente has llegado a crear una geografía nueva, un espacio depurado donde solo quedan registradas las tensiones y las fuerzas de un paisaje vertiginoso?
Rosario López: En esta última etapa el proyecto plantea unos nuevos paradigmas. En el espacio de la Galería Lokkus de Medellín encuentro nuevos interlocutores y distintas locaciones que intervenir. Las piezas que presento alcanzan un punto más depurado de limpieza y de orden que rescato de mi experiencia en el acantilado del Cabo Raoul. Como lo mencioné al inicio de esta entrevista, mi recorrido en el paisaje está encaminado a una reflexión atenta entre mi cuerpo y el espacio, a la relación que establezco con los elementos que aparecen en el paisaje en constante traducción de fuerzas. No me quedo en el relato escultórico, sino que doy inicio a la construcción de un nuevo y desconocido lugar geográfico.
Las piezas expuestas en esta galería tienden a oscilar entre la fragmentación y la totalidad del paisaje. Las fotografías, junto con los dibujos recortados nos hablan de fragmentos o escenas que, una vez instaladas, brindan una lectura provisional del paisaje. Acompañando este grupo de piezas están las esculturas en metal y fieltro, son una configuración formal que relata la condensación panorámica del paisaje: un paisaje que se amplía y cobra otra dimensión gracias a los materiales. Quiero ubicar al espectador en esta deriva de materiales, en la cual se aglutina y se desvanece el paisaje; invitarlo a recorrer la sala de la galería bajo unas reglas de juego que se disponen en el espacio para ser intervenidas y vivenciadas por ellos. Por esta razón hemos coincidido con el curador Rodrigo Orrantia en llamar la muestra Variaciones del territorio.
Por: Punto de Fuga
P.D.F: Rosario, a finales de agosto de 2017 abriste las puertas de tu estudio Manzana K con una exposición que llamaste La tierra importa. En esa exposición, tú y tus estudiantes empezaron a trabajar a partir de una serie de fotografías en blanco y negro que hiciste en tu recorrido por el territorio australiano. ¡Esas fotografías son muy impresionantes!, parece que la naturaleza hubiera vuelto a reclamar su derecho, en virtud de la presencia que tiene, imponente en medio de ese paisaje montañoso visto desde la cima de la isla de Tasmania. La distancia entre el mar y la cima es abismal… Esa serie de fotografías la hiciste en las profundidades del Cabo Raoul, un acantilado australiano de muy difícil acceso. Con esas imágenes dabas por terminado tu recorrido por la zona sur del continente que te llevó a la isla de Tasmania. ¿Qué es lo que te impulsó a querer registrar esas formaciones geológicas tan abruptas en blanco y negro?
Rosario López: Quería fotografiar los paisajes que aún en la actualidad son importantes en la vida cultural y política de los aborígenes de ese continente. Escogí Cabo Raoul, un lugar geográfico en la isla de Tasmania, uno de los puntos de llegada de los europeos. Todo esto le daba un inquietante final a mi estadía de un año, período durante el cual fui profesora e investigadora del Centro de Investigación Creativa de la Universidad de Canberra.
Mi intención de trabajar estas fotografías en blanco y negro está emparentada con los primeros expedicionarios, quienes, en el siglo XIX, llegaron a tierras inexploradas portando engorrosos equipos fotográficos; estas primeras imágenes, que fueron llevadas de vuelta a Europa y en muchos casos utilizadas como documentación científica y geográfica, pusieron en evidencia la majestuosidad de ese paisaje.
El formato en blanco y negro me permitió analizar en detalle cada uno de los elementos capturados en la imagen fotográfica, ver cosas que en la inmediatez de mi visita no había podido testificar. Cuando regresé a mi estudio en Bogotá observé detenidamente estos documentos y entendí las estructuras internas que el paisaje escondía. Después de un ejercicio de abstracción construí una serie de piezas escultóricas.
P.D.F: Al referirse a esa formación geológica, el filósofo Stephen Zepke, con quien tuviste un diálogo muy fecundo sobre el tema, habla de la posibilidad de transformar esa experiencia del territorio, fotografiándolo. Me gustaría traer ese comentario:
Es probable que los australianos sean los únicos capaces de reírse de su propio relieve, esa “cosa” que emerge de la tierra, de repente, como una roca con la que uno se tropieza. El shock que provoca el encuentro con la forma geográfica puede ser mediado a través de la representación; ese “algo” puede ser fotografiado, guardado y desplegado luego en Bogotá por Rosario López. Puede ser transportado, transmitido, trasladado de un lugar del mundo a otro y en el camino… en el camino esa “cosa” se convierte en algo diferente. La realidad es así. Puede convertirse en una línea, en una forma, en un símbolo o en cualquier otra idea abstracta; puede incluso convertirse en un sentimiento extraño, la muerte acariciando tu cara mientras pasa. O simplemente puede volverse un arte”…
Y preguntarte: ¿Cómo has conseguido lidiar con la inmensidad de ese territorio? ¿Qué negociación estableciste como artista con ese paisaje tan imponente? ¿Cuáles fueron los límites a los que se enfrentaba tu trabajo fotográfico?
Rosario López: Como artista visual, mi posición frente al paisaje proviene del romanticismo del siglo XIX, del hombre que contemplaba y se maravillaba al sentir las fuerzas ocultas que esconde la naturaleza: el viento, la gravedad, la luz están en el paisaje permanentemente y son una preocupación temática en las obras de arte a lo largo de la historia.
He aprovechado estos elementos de muchas maneras: me asombré con la sutileza del viento que empujaba los objetos que dispuse en el paisaje en mi proyecto Trampas de viento del 2003; estudié las diferentes estrategias de pequeños grupos humanos para utilizar las condiciones atmosféricas y elegir su lugar de asentamiento en el proyecto Abismo del 2005; también me preocupé por la rápida transformación del paisaje, por su desecación y evaporación en 359° y en White Fence, obras hechas en el 2008, y en muchos otros proyectos que he emprendido durante estos últimos años.
Mi aproximación a Cabo Raoul fue elegida porque me interesaba hablar del límite y la frontera como lugares vulnerables al ser modificados, bien sea por acuerdos o desacuerdos políticos, o por la sencilla demarcación de la geografía que la naturaleza va esculpiendo. Un acantilado es un ejemplo maravilloso de borde territorial. Propone un lugar espacial que físicamente indica una transformación, una deriva, un cambio de un estado sólido a un estado líquido, una superficie vertical, monumental, que se interpone al expansivo e interminable horizonte.
El trabajo fotográfico me planteó otro tipo de límite: un límite desde lo formal para establecer nuevos puntos de referencia en el paisaje. Es otro tipo de cartografía que me permitió imaginar ciertas fronteras para demarcar ese nuevo territorio. Todo el espacio natural quedó enmarcado en el documento fotográfico, a modo de imagen, una imagen propia que desde su monumentalidad me ayudó a transmitir mi propia experiencia en el paisaje. Pero claramente este recurso no es suficiente para mí.
P.D.F: Es cierto eso. La experiencia del paisaje va más allá del arte. Debe ser difícil transmitir esa fuerza que se siente al estar frente al límite geográfico de un continente. Al ver con más detenimiento tus fotografías, no parece que estuviéramos frente a una serie de documentos topográficos únicamente. Hay algo más que la búsqueda de un lenguaje puramente documental en ese trabajo fotográfico que inspiró gran parte tu obra. En tus fotografías da Cabo Raoul no hay color, pero sí hay formas. Hay formas rocosas, esas “cosas” de las que habla Zepke, que parecen haber salido de su propia realidad para convertirse en relieves abstractos, expresiones más depuradas de la piedra con la que te encontraste. Hablando de la abstracción del paisaje decías que Robert Morris había influenciado mucho tu trabajo. ¿También te abrió el camino hacia esa forma de abstracción fotográfica?
Rosario López: Me preguntan si soy fotógrafo o artista plástica. Soy escultora en realidad. Utilizo el recurso fotográfico como herramienta para entender y depurar toda la información que aparece en el paisaje. Este primer insumo lo decanto en un ejercicio puramente formal, a través de la experimentación con cierto tipo de materiales, hasta lograr la abstracción de las formas.
Robert Morris y Carlos Rojas han sido fundamentales en el desarrollo de mi obra. Morris experimentó con materiales como el fieltro, tentando la fuerza de gravedad y transformando un patrón asignado a un medio que se transforma por la inversión de los ejes horizontal-vertical; un ejercicio maravilloso de observación atenta. La influencia de Carlos Rojas es más cercana a mi posición como artista, en tanto su trabajo pictórico consolidó la observación del paisaje y la depuración en formas geométricas construidas a partir de líneas, de planos horizontales y verticales.
P.D.F: El trabajo escultórico surgió de esas primeras imágenes. Quisiera hablar de la noción de materia, de cómo se aproximaron a ella viendo esas fotografías abstractas. Cuando hablaste de ese trabajo escultural que expusiste con tus estudiantes, decías que se trataba de un esfuerzo formal por moldear un cuerpo geográfico. Esa aproximación a la materia traduce una postura crítica, una sensibilidad artística con respecto al mundo natural. Todo parte de una reflexión más profunda sobre el tema del paisaje y de una inquietud muy tuya sobre la fragilidad de la materia y su posibilidad de transformarse en algo más…; en una escultura, por ejemplo. ¿Cómo fue ese trabajo de depuración de la forma?
Rosario López: Hace muchos años el maestro Gustavo Zalamea me preguntó si mi trabajo podría leerse como un asunto político. Pienso que sí. Mi investigación siempre ha estado orientada por la necesidad de movilización, por el deseo de ampliar los límites del conocimiento y de transmitir la experiencia del paisaje a un público más amplio. No desde la literalidad de las imágenes, sino desde la pura experiencia sensorial. Siento que lo escultórico hace esto posible a través de la experimentación con los materiales y la traducción de las formas en un elemento poético.
Cuando me preguntan sobre de la depuración de la forma, lo pienso en mi extraña necesidad de intentar que los objetos pierdan su peso y aun así mantengan una cierta presencia física en el espacio de la exposición. Me interesa el límite sutil entre la forma y su desaparición. Por esta misma razón, pongo especial atención en la selección de los materiales. La levedad, el carácter efímero y la poca consistencia siguen guiando mi exploración y la búsqueda de materiales que me permitan expresar estas ideas en la obra de arte.
P.D.F: La fotografía fue solo un inicio, un primer paso hacia el estudio de la forma. Como docente de la facultad de Artes de la Universidad Nacional, invitaste a una serie de estudiantes a integrar un grupo de investigación sobre la posibilidad de trabajar con la arcilla, de esculpir esa materia viva. Querías explorar con ellos los conceptos del borde y frontera, pensándolos “como entes orgánicos que oscilan entre la quietud y la firmeza, la movilidad y la incertidumbre”. ¿Cuál era esa incertidumbre de la que hablas? ¿Hasta qué punto ese trabajo abría las posibilidades de la deriva?
Rosario López: Viví una experiencia única con un pequeño grupo de estudiantes de la Escuela de Artes Plásticas. Jóvenes que fueron convocados a trabajar en compañía mía, en mi taller, bajo el cuidado atento de la docencia. Fue un proyecto generoso de investigación-creación que borró temporalmente lo límites de las aulas. A lo largo de un año desarrollamos la investigación llamada La tierra importa, patrocinada en su primera etapa por la Universidad Nacional de Colombia y, posteriormente, por el Ministerio de Cultura de Colombia y el Fondo Regional de las Artes Contemporáneas del País del Loira, en Francia.
Los estudiantes asistieron a mi taller en Bogotá durante seis meses. En ese tiempo logramos compilar un cuerpo de trabajo desde lo particular, respondiendo a distintos insumos referenciales como las fotografías del Cabo Raoul. Utilizamos materiales tradicionales como la arcilla, el yeso y el fieltro para el ejercicio escultórico. Materiales que fueron forzados para encontrar la depuración de la forma, alcanzando en ciertas ocasiones su pérdida de materialidad y hasta su fractura. Me interesó en esta ocasión permitirles a los jóvenes artistas experimentar y plantear desde sus propias inquietudes una respuesta a mis fotografías. Siempre estuve acompañándolos y sugiriéndoles algunas rutas de la práctica escultórica que ellos, con su propia sensibilidad, pudieron incorporar en su trabajo.
La deriva funcionó como una experiencia única en el espacio de trabajo: el taller se convirtió en una plataforma de reunión, de compromiso y de búsqueda permanente, no ligada a los compromisos académicos, sino más bien animada por el hecho de trabajar como artistas profesionales, en una práctica real y con un objetivo claro por alcanzar.
P.D.F: En la exposición había una serie de dibujos, de esculturas, de tapices y de piezas geométricas recortadas. ¿Qué traducen esas obras?
Rosario López: A lo largo de la exposición presentada en el Estudio Manzana K, pudimos reunir las esculturas en cerámica desarrolladas en Bogotá. Estas obras fueron quemadas en Villa de Leyva, en el taller del artesano Alberto Llanos, por medio de una técnica tradicional para hornear la cerámica. Además de la cerámica, los muchachos trabajaron también el yeso, jugando con los espacios negativos que se podían rescatar del volumen. Yo utilicé el fieltro y continué recreando la geometría que se ablanda y se transforma por definición del material.
Rafael Duarte-Uriza: En mi caso todo fue pulsión. Miraba la foto, me dejaba ir por las formas y, entre ellas, encontraba el ritmo de esos espacios, luego dejaba salir esa pulsión sobre la arcilla. Observaba su textura para encontrar el ritmo allí impreso y, a partir de ese ritmo, dejaba salir las líneas de mi dibujo.
P.D.F: El trabajo de la materia también es una respuesta a esas fotografías, una forma de restablecer una relación física con la tierra, con la roca. ¿Con qué materia trabajaron tú y tus estudiantes?
Rafael Duarte-Uriza: Con la arcilla hice placas a modo de una piel, sobre la cual quedaron las huellas de mis manos y de los objetos con los que imprimí y creé texturas.
Rosario López: Al inicio de la experimentación todos empezamos a realizar dibujos en diferentes formatos y soportes. De allí cada uno derivó en los materiales que mencionábamos anteriormente. La arcilla como elemento maleable y rico plásticamente fue la que aportó una mayor expresividad a las intuiciones de los jóvenes creadores.
P.D.F.: ¿Qué traducía ese trabajo escultórico de la experiencia fotográfica?
Valeria Sepúlveda: Para mi significó una labor de construir una estructura a partir de un lugar específico y desconocido. Hay alguien que cuenta algunos detalles del lugar: el vértigo, lo lejano, el misterio de su configuración orgánica. Aun así, se escapan cosas, como el olor, el sonido, la temperatura del aire, del suelo o del mar. Con unas cuantas pistas, tomé decisiones y comencé a construir.
Pensé en cómo llevar el paisaje a una pieza, en cuál sería la manera de interpretar un gran precipicio de roca para aplicarlo a un material. Cada uno de nosotros en nuestro interior hizo las interpretaciones y comenzó a laborar. Yeso, arcilla, alambre, fieltro, grafito y otros, fueron los elementos que aparecieron en el taller. Cada uno a su ritmo se convirtió en constructor de nuevos paisajes. Unos encontramos métodos similares que se hibridaron; otros permanecieron solitarios en su trabajo creativo. Después de un tiempo y a través de la repetición de un sistema hallado por la experimentación, apareció frente a nuestros ojos, entonces, la montaña.
Rafael Duarte-Uriza: Para mí siempre estuvo presente el cómo aproximarme a ese lugar desde una fotografía. No tenía a la mano los estímulos directos de la experiencia en el sitio: temperatura, color, olor, ni nada que me diera pistas de lo que implica para el cuerpo el estar allí. Entonces decidí dejarme llevar por las formas y el ritmo impreso en ellas. Simplemente me dediqué a la observación.
Luisa Giraldo: Las fotografías fueron un territorio que me animó a conquistar la línea que se esfuerza por erguirse verticalmente; el esfuerzo que caracteriza al horizonte que se vuelve diagonal en la montaña y línea en el abismo. Una conquista de territorio que me introdujo a su propio ritmo, a una convivencia entre ese cuerpo y el mío. ¿Podría ser línea? ¿Podría ser lava ardiendo? ¿Podría ser capa de tiempos en el vacío?
P.D.F.: En algunas obras se trataba de adherir materia para encontrar formas, en otras, el trabajo consistía en substraer materia para encontrar algo de esas formas que la erosión, el viento y las mareas habían conseguido esculpir sobre el acantilado australiano. ¿Este trabajo es topográfico, escultórico, plástico? ¿Cómo lo definirían ustedes?
Rafael Duarte-Uriza: Es un trabajo escultórico y topográfico. Es mi cuerpo entregado a un hacer y en ese hacer lo observo, indago en esa experiencia; entonces ya no es la foto ni lo que yo tomo de ella como insumo para trabajar con la arcilla; es ahora mi cuerpo, en Bogotá, en el taller. Con la temperatura, los sonidos, los olores del espacio en el que permanezco mientras trabajo en la escultura.
Pedro Jiménez: Este proyecto fue para mí un análisis acerca del lugar geográfico y cómo el territorio se construye a partir de dinámicas de fuerza. Sus habitantes son cuerpos que establecen relaciones de poder. Las fuerzas geológicas se expresan también en los territorios, y tienen la capacidad de modificarlos, de transformarlos. Los límites y las fronteras podrían tener características como la permeabilidad o la rigidez. Son fijos, en muchos casos y, por diversas razones, pueden desplazarse. En ellos se instauran puertas para el paso. También es posible que esos límites se borren y se vuelvan difusos por las mismas fuerzas naturales, o por las fuerzas humanas que pretenden ampliar fronteras de poder.
Hay territorios, para el ser humano, más accesibles que otros. Sus mismas dinámicas de conquista o de explotación de recursos, por las tecnologías recientes, les permiten devastar la materia viva de muchos de ellos. La naturaleza forma la materia a partir de las fuerzas de sus fenómenos internos. Los accidentes geológicos son el resultado de procesos muy complejos en los que intervienen muchos agentes.
P.D.F.: En uno de sus textos, Jazmín Rojas habla de la resistencia de la materia. Dice:
Me aproximo a este lugar desde la comprensión de lógicas naturales, fenómenos geológicos, fuerzas que me sobrepasan y pertenecen a un tiempo diferente que puedo concebir. Este impulso se convierte en una actitud, al igual que el agua golpea en la roca, para hacerse espacio, para hacerse forma, para hacerse vacío. Me transformo en el aliento del agua que golpea, me convierto en la aparición de un esfuerzo, de una resistencia.
Me pregunto qué posibilidades tuvieron de trabajar con el vacío, con el vértigo y con la ausencia de la materia para conseguir dialogar con ese territorio que solo Rosario pudo ver de cerca.
Rafael Duarte-Uriza: Es un ejercicio de traducción de una sensación captada en una fotografía. Es reconocer ese vacío, ese abismo de lo que no está o, en este caso, en el que yo no estoy, ni estuve, para poder reconocer lo que queda. A partir de ahí buscar lo que puede llegar a ser ese lugar en mí, desde la potencia del estímulo visual detonado por la fotografía. Entonces, es lanzarme al vacío y en medio del vértigo de la caída enfrentarme a la materia desde la pulsión que reconocí en mí, al ser observador de esas imágenes, de esos momentos congelados por Rosario.
P.D.F.: El maestro Alberto Llanos, con el que trabajaron esas formas en arcilla en Villa de Leyva, les transmitió parte de su experiencia trabajando con arcilla quemada. Su obra empezó con fotografías en blanco y negro y parecía concluir con la quema de las esculturas. ¿Qué significaba para ustedes como artistas ese proceso de la quema de la tierra?
Rafael Durate-Uriza: El fuego es quien da la posibilidad al barro de convertirse en otra cosa, de otorgarle un estado diferente de fragilidad. La técnica aprendida en Villa de Leyva me invita a pensar en la manera en que algunas acciones, lentamente, van marcando la materia. En el proceso de combustión el color negro impregna la pieza, crea una nueva piel y la hace parecer otra cosa y, aunque su esencia es la misma, sigue siendo cerámica; ahora parece carbón, ha cambiado su carácter.
P.D.F.: En la exposición había fotografías, dibujos en lápiz sobre papel, esculturas y telares. Me impresionaron algunas de esas piezas de Rosario colgadas del techo, hechas a partir de fragmentos de tela negra. Las geometrías en dos dimensiones hechas a partir de trazos sobre esa tela rugosa parecían como siluetas extraídas de la piedra, abstracciones y memorias geométricas de ese relieve que va volviéndose más frágil conforme uno se acerca a mirarlo. ¿Qué relación tienen esas piezas con la fotografía y con la escultura? ¿Existe alguna memoria geográfica en ese trabajo?
Rosario López: Es interesante que lo menciones, porque en este punto siento que mi trabajo se está acercando a esa necesidad de encontrar la abstracción por pura depuración de las formas, hasta encontrar una línea que defina el volumen. Es casi como una disección de la geografía que aparece en el paisaje y un esfuerzo por convertir el paisaje en líneas que servirán más adelante como soportes estructurales de mis objetos escultóricos. Pienso que todo este proceso se resume en un ejercicio, el del dibujo; es algo que bien puede ser pensado desde la observación hasta llegar a la abstracción más sintética posible.
El dibujo que construyo tridimensionalmente está elaborado a partir de unos materiales que en la historia de la escultura fueron fundamentales, y cuyo uso y empleo es significativo hoy en día. Por eso mismo la dificultad de enunciarlo como dibujo o como escultura. Para mí es el resultado de una abstracción que realizo luego de esta experiencia en el paisaje.
P.D.F.: ¿Cuál ha sido esa experiencia de la elasticidad del paisaje? ¿Qué posibilidades de creación ha generado en cada uno de sus proyectos?
Rosario López: Es interesante pensar que el paisaje pueda ser elástico si concibes sus límites como un contorno poco rígido y maleable. Eso me gusta, me interesa. La manera en que puedo traducir esas fuerzas naturales que habitan en el paisaje como elásticas, fuerzas de las que no tenemos control alguno… Nos adaptamos y proponemos estructuras racionales que controlen los impulsos de la naturaleza; vemos cómo sacar provecho de ellos. Al final siento que es una gran negociación entre las partes.
Lo mismo ocurre en la construcción de los objetos escultóricos. Para mí, primero aparece el material, que es como esa gran fuerza indómita que debo conocer y aprender a manejar; luego establezco los límites, los bordes, las fronteras del contenedor que me permitirán manipular ese material hasta alcanzar una forma deseada. Al final depende mucho del azar y de las fuerzas que aparezcan en el contexto y que afecten la escultura dispuesta en este lugar. El destino de los objetos, en este punto, deja de ser de mi propiedad. Se hace más próximo al territorio de lo sutil y lo poético para desvanecerse en una sensación que solo el público podrá experimentar.
P.D.F: En este punto, quisiera hacerle un par de preguntas a Stephen Zepke. Stephen, la última vez que Rosario habló de su trabajo, lo hizo durante el lanzamiento de su exposición La tierra importa. La exposición reunía una serie de instalaciones con fotografías, esculturas, dibujos y telas con trazos de relieves. Durante ese encuentro, Rosario contó su experiencia con el paisaje australiano, especialmente esa sensación de límite que tuvo al visitar el Cabo Raoul, en la isla de Tasmania. Lo que dijo sobre el paisaje, me recordó su comentario sobre gran parte de la obra paisajística de Rosario. Usted hablaba de las fuerzas invisibles del paisaje en Abismo, Insufflare y White Fence, tres instalaciones hechas a partir de la experiencia de tres geografías distintas: Playa Trébol en el Perú, Marnay en Francia y los glaciares del Perito Moreno en Argentina. El ensayo sobre la cartografía artística de las sensaciones me recordaba a esas fuerzas invisibles que transmite el acantilado del Cabo Raoul fotografiado en blanco y negro. ¿Usted cree que el artista es capaz de transmitir su experiencia del paisaje a través de su obra? ¿De qué experiencia se trata? ¿Cómo definirla?
Stephen Zepke: Mi experiencia acerca del trabajo de Rosario me dice que siempre usa los mismos elementos en su obra: las fotografías como un paisaje impreso, los objetos o la instalación como materia que surge a partir de ese paisaje y el trabajo sobre papel. En La tierra importa hubo un elemento crucial de colaboración con algunos de sus estudiantes que dio como resultado la creación de piezas en cerámica. El trabajo de Rosario parece empezar con esa primera confrontación de la fotografía con la naturaleza y luego se da la transformación, hecha a partir de una serie de reflexiones, de afinamientos y de esfuerzos por volver a la materia, a través del uso de diversos materiales. La pregunta es más bien, ¿cuál es la naturaleza de esas reflexiones?
El trabajo de Rosario contiene las mismas fuerzas que habitan y forjan el paisaje natural, fuerzas que ella sintió al documentar ese paisaje. De hecho, aunque parezcan relieves de una gran belleza, esas fotografías podrían ser vistas únicamente como documentos que evidencian la presencia de Rosario en Cabo Raoul. El trabajo en cerámica, los dibujos, la tela con los trazos en relieve y el trabajo sobre metal pueden ser vistos como una elaboración de esa primera experiencia. Dicho de otro modo, la experiencia de Rosario vivió un proceso de abstracción, el relieve se convirtió en líneas y esas líneas ya no representan el paisaje como tal, pero sí registran las fuerzas geológicas a través de distintos materiales que le abren la posibilidad de tener otras sensaciones, otras experiencias.
En mi ensayo entendí ese proceso como la expresión de fuerzas que pudieron haber constituido el paisaje y que aparecen en una forma más análoga en este trabajo. En ese sentido, el trabajo de Rosario produjo una serie de paisajes abstractos que contienen las mismas fuerzas que forjaron esos paisajes originales, paisajes que ella fotografió. La obra contiene formas análogas y expresivas de ese mismo paisaje que traducen esas fuerzas sobre diversos materiales, dando nuevos resultados. Esta es una interpretación de la idea de arte como algo no representativo. Una forma de entender el arte que reemplaza la teoría aristotélica del modelo hilemórfico que impone una forma de ser sobre la materia y la sustituye con otra idea del arte como algo que produce una sensación estética que expresa esa fuerza contenida en la materia. Esta es una idea del arte que ha ido surgiendo con obras como las de Cezanne, quien buscó explícitamente capturar las fuerzas del monte Sainte-Victoire o quizás, más humildemente, mostrar la fuerza que emana de una manzana. El concepto de la expresión análoga en el arte es fundamental para Gilles Deleuze.
Pero hay otra forma de aproximarse al trabajo de Rosario y que ahora veo con más claridad a través de esa obra, La tierra importa. Esta otra aproximación se enfoca más en lo que esa otra interpretación ignoraba o daba por hecho, y es el estatus de la fotografía y su relación con el proceso de reflexión que generó. El fotógrafo es el testigo del paisaje que representa, un paisaje ausente al que hay que regresar de cierto modo. La ausencia de ese paisaje que la fotografía revela y oculta al mismo tiempo es lo que hace posible esa reflexión artística del regreso a la materia. La fotografía es como una serie musical –un réquiem quizás– que representa la fuerza del paisaje, pero únicamente cuando se entonan las notas que hacían falta. En este caso, el trabajo de Rosario sería más bien una metáfora y no una analogía del paisaje. Todas esas piezas negras y esos dibujos hablarían inevitablemente de una cierta forma de desaparición o de muerte. Cabo Raoul resurge como paisaje a través del arte, cuando la experiencia física de la geografía se ha ido…
P.D.F: En ese ensayo sobre la Cartografía artística de la sensación, usted decía que había un elemento fundamental en el trabajo de Rosario, uno que permitía ver el caos en la naturaleza, ese desorden sublime y esa fuerza contenidas en el paisaje que emerge de forma ambigua a través del arte. ¿Qué es lo que Gilles Deleuze y Felix Guattari podrían decir acerca del arte y la naturaleza si tuvieran que confrontarse a esa exposición La tierra importa? ¿Qué se siente al tener esa experiencia del paisaje australiano a través de los ojos de alguien más?
Stephen Zepke: El ensayo sobre la Cartografía artística de la sensación ha servido para traducir la reacción de Gilles Deleuze ante la obra de Rosario. He intentado ser el ventrílocuo del filósofo, imaginándome lo que hubiera podido pensar si viera esta obra. Esa noción del arte como expresión análoga de las fuerzas naturales es uno de sus más importantes aportes. Guattari tiene una forma distinta de abordar este tema, pero su pensamiento es compatible con el de Deleuze. Lo más interesante es que al ver las fotografías de Rosario sobre el Cabo Raoul he cambiado de forma de pensar y de reaccionar ante su obra. Años después de haber escrito ese ensayo pude ver las fotografías. Nunca había visitado Tasmania durante los años en los que estuve viviendo en ese país. No tuve una experiencia personal de ese paisaje. Lo más curioso es que, al ver esas fotografías, no pienso del todo en Australia. Esas fotografías me recuerdan otros paisajes que conocí cuando estuve visitando los Svartifoss, formaciones de basalto en la ciudad de Vík, en Islandia. De hecho, esas formaciones rocosas son muy atípicas en el paisaje australiano y son quizás las únicas formaciones de ese tipo que hay en el hemisferio sur. Si esas montañas expresan algo del paisaje australiano, lo hacen como figuras externas o como ajenas a ese continente.
Las fotografías de Rosario son como un agujero en el tiempo y el espacio a través del cual las imágenes se conectan con los sentimientos apelando a la memoria y a la imaginación. No es como si la memoria, la imaginación y la metáfora carecieran de fuerza. Pero en esas fotografías, la fuerza se ha canalizado a través de procesos cognitivos de reconocimiento y de comparación con vivencias personales que tienden a ser idealizadas. La experiencia no tiene que ver con la materia, se da a través de la representación y no de la analogía, se conoce a través del discurso y no de la abstracción.
Una manera muy simple de hacer la diferencia entre esas dos formas de experiencia del paisaje es pensar cómo esas formaciones rocosas me recuerdan otros lugares en vez de hacerme sentir la expresión singular de su fuerza. En otras palabras, la fotografía transforma el lugar en un símbolo, en una representación de un lugar que podemos conectar de forma ilimitada con otras imágenes, con otros sitios, ya sean metáforas, espacios imaginados o espacios reales. En ese sentido, las fotografías de Rosario son más personales para quien las ve, porque interpelan a la subjetividad de cada uno, a la experiencia de cada uno. Pero también son imágenes que pierden su especificidad al volverse las representaciones de una infinidad de lugares y de símbolos, perdiendo la capacidad de contener las fuerzas del lugar que representan.
Una de las razones por las cuales la fotografía funciona de esa manera es porque la imagen puede distanciarse de su contenido original. Las imágenes del Cabo Raoul son la presencia de una ausencia. Esa contradicción es la que genera la consciencia de un lugar y abre las puertas al viaje cognitivo que nos permite establecer relaciones con nuestra memoria y nos conduce hacia un ideal posible. De cierto modo, esas dos lecturas de la obra de Rosario hablan de ese permanente conflicto que ha surgido en la teoría del arte desde la aparición del arte conceptual en los años 60.
Si hoy el arte es posconceptual debemos entender que las fuerzas que generan una sensación estética generan fricciones con los procesos conceptuales que hoy practican muchos artistas conceptuales. En otras palabras, no se trata de elegir una práctica por encima de otra, sino de explorar las formas de crear puentes entre esas dos formas de hacer interactuar estas expresiones artísticas y estos lenguajes estéticos. Creo que el arte puede contribuir considerablemente a entender el futuro que nos depara.
P.D.F: Rosario, siento que la experiencia del paisaje se ha intensificado con la exposición La tierra importa. El diálogo fecundo con el mundo natural no termina ahí. Estuviste recientemente en Carquefou, en Francia, un pequeño pueblo cerca de la ciudad de Nantes, montando una exposición colectiva llamada The Way Things Fall curada por Alejandro Martín Maldonado. Durante ese período viajaste a la región francesa de Bretaña a ese otro “fin del mundo” situado en el extremo occidental del Atlántico. La instalación que surgió de ese viaje le pone punto final a un período de tu vida artística, a una serie de obras que has estado haciendo sobre el paisaje. ¿Cuál fue tu experiencia sobre ese otro límite geográfico? ¿Qué es lo que esta instalación da por terminado realmente?
Rosario López: Me interesa mucho moverme y conocer locaciones con las que siento cierta afinidad, curiosidad y, al mismo tiempo, extrañeza. La zona geográfica de Finisterre es el punto más oriental del territorio francés, es un borde geográfico que al igual que Cabo Raoul presenta un acantilado insistentemente golpeado por el mar. Me sorprendieron los fuertes vientos que, de extremo a extremo, lo cruzan y nos obligaban a caminar con mucho cuidado.
Mi participación en la exposición The Way Things Fall, organizada por el Fondo Regional de las Artes Contemporáneas del País del Loira, fue una reflexión en torno al modo como se percibe la caída desde un lugar geográfico, interpretándola por medio de la escultura y proyectándola existencialmente. A partir de la transcripción de las estructuras que trabajé en las obras del Cabo Raoul, haciendo uso de materiales blandos y orgánicos, creé una instalación escultórica por donde el espectador podía transitar y sentirse acogido. En esta obra el límite fue construido con una estructura y una membrana creada artificialmente y, por el tipo de espacio, no pude utilizar cualquier tipo de soporte tradicional. Lo resolví con una inversión de los ejes que le daba al espectador una sensación de fragilidad y suspenso a la que tenía que enfrentarse.
Con esta instalación cierro la investigación La tierra importa, en tanto todo este trayecto presenta un conjunto de objetos escultóricos que desde su materialidad hablan de lo mismo: un territorio, unos límites y un cuerpo que se siente afectado por esta relación.
P.D.F: Si te pregunto esto es porque en la anterior exposición, Luisa Giraldo hablaba de la conquista simbólica del territorio a través del arte. Quiero traer ese comentario para terminar: “Conquista de territorio que me introduce a su propio ritmo, convivencia entre ese cuerpo y el mío. ¿Podría ser línea? ¿Podría ser viento ardiendo? ¿Podría ser capa de tiempos en el vacío?” Y preguntarte: ¿en qué momento hay una convivencia entre un cuerpo y otro? ¿Cómo determinar las fronteras de lo que te une o te distancia de esas topografías, de esas geografías?
Rosario López: El proyecto planteó desde el principio la pregunta de cómo determinar esa línea que denominamos frontera: una línea orgánica que se expande y se contrae por los diferentes elementos que la afectan. En ciertos casos, esa línea está definida por la geografía, en otros, por la política, pero lo que me interesa en mi trabajo artístico es la línea como límite sensorial.
De toda esta experiencia, rescato el reconocimiento de mi propio cuerpo como un territorio moldeable que se ve afectado por los diferentes contextos a los que yo lo expongo. Lo mismo sucedió con los objetos escultóricos que construí en el proyecto de Francia: previamente se les había asignado un lugar con unos límites y una materialidad y fueron creadas, presentadas, afectadas, por los límites del museo que las acogió. Las fotografías que presenté funcionaron a modo de objetos documentales de mi experiencia en el paisaje: un guiño, una invitación en blanco y negro, que seduce y contamina la mirada del espectador, lo arroja a un espacio más allá del límite del marco y le plantea una nueva experiencia sensorial.
P.D.F.: Antes de terminar, me gustaría hablar del recorrido de tu obra por las galerías de Colombia. En 2015, la galería SN Macarena acogía la exposición titulada Un lugar extraño. En esa exposición, la primera después de ese período en Australia, te preguntabas cómo las fotografías del paisaje australiano, los estudios preliminares de las figuras en fieltro y las esculturas en cerámica negra inspiradas en el monolito de Ayers Rock podrían habitar el espacio de la galería y recrear un territorio hecho de trazos, de líneas y de formas. ¿Cuál fue el resultado de ese primer trabajo de exposición? ¿Qué te dejó el diálogo con el curador Nicolás Gómez Echeverri sobre el vacío y sobre el trabajo de la forma en un espacio de exposición?
Rosario López: Después de dos años de trabajo silencioso fui invitada por la galería SN Macarena para poner en escena lo que durante ese tiempo estaba cocinando. La exposición Un lugar extraño tiene como referencia el Parque Nacional Uluru y Kata-Juta del desierto central australiano. A partir de narraciones orales, a modo de pequeños extractos documentales, lo aborígenes relatan la inmensidad y trascendencia de este monolito. Ulurú, en sus propias palabras, “está ahí para ser vivenciado”.
Esta experiencia me enseñó el valor de lo que no se puede hablar: me anima expresar, por medio de la fotografía, un lugar sin develarlo; recorrer el borde de una forma sin descubrir su contenido; hablar de la desaparición de la imagen para crear un nuevo y desconocido territorio. Un delicado ejercicio de abstracción del paisaje que me condujo a recrear esa imponente masa de tierra atesorada en mi memoria visual; un territorio vacío presente en este lugar australiano.
La muestra de la exposición y del proyecto no se redujo a fotografías. Exploré con objetos escultóricos y dibujos que dispuse en el espacio de la galería. Con Nicolás trabajamos muy de cerca la idea del paisaje, y cómo encontrar, a partir de un ejercicio de depuración, un lenguaje particular.
P.D.F.: Después de esa segunda experiencia con los estudiantes de la Universidad Nacional en el estudio Manzana K en Bogotá, el proceso creativo se termina con una exposición en la Galería Lokkus en Medellín. Durante esos tres años, la obra se ha ido encaminando hacia un estudio minucioso de las formas y un trabajo más depurado de las líneas. ¿Cuál va a ser el enfoque de esa última exposición? ¿De qué manera esas formas geométricas van a interactuar con el espacio vacío? ¿Después de todo este proceso de elaboración artística sientes que finalmente has llegado a crear una geografía nueva, un espacio depurado donde solo quedan registradas las tensiones y las fuerzas de un paisaje vertiginoso?
Rosario López: En esta última etapa el proyecto plantea unos nuevos paradigmas. En el espacio de la Galería Lokkus de Medellín encuentro nuevos interlocutores y distintas locaciones que intervenir. Las piezas que presento alcanzan un punto más depurado de limpieza y de orden que rescato de mi experiencia en el acantilado del Cabo Raoul. Como lo mencioné al inicio de esta entrevista, mi recorrido en el paisaje está encaminado a una reflexión atenta entre mi cuerpo y el espacio, a la relación que establezco con los elementos que aparecen en el paisaje en constante traducción de fuerzas. No me quedo en el relato escultórico, sino que doy inicio a la construcción de un nuevo y desconocido lugar geográfico.
Las piezas expuestas en esta galería tienden a oscilar entre la fragmentación y la totalidad del paisaje. Las fotografías, junto con los dibujos recortados nos hablan de fragmentos o escenas que, una vez instaladas, brindan una lectura provisional del paisaje. Acompañando este grupo de piezas están las esculturas en metal y fieltro, son una configuración formal que relata la condensación panorámica del paisaje: un paisaje que se amplía y cobra otra dimensión gracias a los materiales. Quiero ubicar al espectador en esta deriva de materiales, en la cual se aglutina y se desvanece el paisaje; invitarlo a recorrer la sala de la galería bajo unas reglas de juego que se disponen en el espacio para ser intervenidas y vivenciadas por ellos. Por esta razón hemos coincidido con el curador Rodrigo Orrantia en llamar la muestra Variaciones del territorio.